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A la edad de diecisiete años, tomo la decisión de abandonar mi país, México, en busca del tan codiciado sueño americano.

 

Hasta entonces, mi vida había transcurrido en un pequeño pueblecito situado sobre un hermoso cerro, en el interior del estado de Puebla con vistas al volcán Popocatépetl.

 

Como familia campesina que eramos, mi niñez pasaba de jugar entre las faldas de mi madre e ir a la escuela, a las duras tareas del campo.

 

Recuerdo el entusiasmo con el que me despertaba al amanecer, para ir con mi padre a recoger el chinamite (la caña de maíz), con el que mi madre avivaba el fuego para hacer las tortillas (nuestro pan de cada día).

De su mano me vino sin duda la pasión por la cocina.

 

Las abundantes comidas familiares que a diario preparaba y su pequeño negocio, que consistía en abrir nuestra gran despensa a la calle a modo de colmado, lograrían que me involucrara cada vez más en la elaboración de los distintos dulces, tortas y tamales que vendíamos también en la plaza todos los domingos.

 

Toda esta mezcolanza de aromas y sabores me han acompañado siempre, adheridos a mis papilas gustativas.

 

Mientras tanto, fantaseaba con la idea de reunirme con mis hermanos mayores en Nueva York, lo que me llevó a desempeñar cualquier trabajo que me ayudara a poder reunir el dinero suficiente para emprender el "Gran viaje". 

 

Boleé zapatos en D.f., fui albañil en Veracruz, carpintero y encofrador en Baja California. 

Y así, a golpe de serrucho y martillo, llego por fin a la línea divisoria, listo para atravesar las áridas montañas del desierto de Arizona.

 

 

 

 

Fueron tres días con sus tres noches plagadas de estrellas y un frío atroz, que solo el deseo por llegar a buen puerto doblegaría. 

 

En  realidad, todavía no proyectaba la idea de ser un gran cocinero, sino de formar parte de alguna prestigiosa factoría americana.

Y de alguna manera así fue.  

 

DE TUCSON A LA GRAN MANZANA. 

 

Recuerdo el brinco y el asombro al bajar de la escacharrada furgoneta y verme sumergido de lleno bajo el gigante de hierro, en plena quinta avenida.

 

Dos días después, ya estaba planchando corbatas con los míos, en una fabrica clandestina judía...

 

Mi paso a las cocinas, llegó poco después, lavando platos y recogiendo las mesas del afamado restaurante THE HARRISON, donde entre fregada y fregada, trataba de retener para después anotar todo lo que allí se cocinaba...

Todavía conservo esa pequeña libreta grasienta.

 

Así fue como en unos meses, me vi preparado para asumir mi siguiente trabajo como ayudante de repostería, en el ELMO restaurant, en Chelsea (nombrado no hace mucho como el mejor del año en N.Y.). 

 

A partir de aquí y con la inestimable ayuda de mi maestro el Chef Gwen le Pape, empezó mi carrera como cocinero, recorriendo algunos de los restaurantes mas reconocidos de la ciudad.

 

THE ODEON RESTAURANT,  

FLEA MARKET CAFE, 

THE E.U., 

DIABLO ROYALE,  

PAZZA NOTTE, 

LE GAMIN CAFE, en Brooklyn.

 

Éste último, lo llevé personalmente como Chef, en mi etapa final en Nueva York.

RETRATO DE UN COCINERO

Los orígenes...
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La odisea...

CHEF CARLOS VIDAL

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